Este es ejercicio de académico de los alumnos de Tercer Semestre de Comunicación Social para la Paz |
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CONSENTIMIENTO PARA MORIR (Por Johana Santos Toscano) |
La
vida se apaga. Las esperanzas son casi inexistentes y una posible recuperación
está cada vez más lejos. Los aparatos mantienen el delgado hilo de la
existencia y la impotencia se apodera de la familia.
El
sufrimiento del enfermo y de sus familiares genera desesperación y ansiedad. La
angustia crece, la fe se debilita y la confianza se va perdiendo. La luz se
extingue poco a poco para dar paso a una terrible oscuridad.
Se
aplican una variedad de tratamientos pero el tiempo transcurre lentamente, sin
arrojar resultados alentadores, la batalla está perdida, no existen
posibilidades de volver a tener una vida plena. El paciente desiste de su lucha,
sólo anhela mitigar el dolor porque cada vez es más intenso y se ha vuelto
insoportable. Así se describe la situación de muchos pacientes terminales
quienes enfrentan un gran desafío cuando la distancia entre la vida y la muerte
es mínima.
El
contexto contemporáneo creado por el desarrollo de la ciencia médica orientada
a prolongar la vida, permite realizar cuestionamientos acerca de los
procedimientos utilizados para hacerlo ¿Cuál es el límite? ¿Es válido el
argumento de “Hacer hasta lo imposible” cuándo no existen opciones
realmente benéficas para el ser humano? ¿Se debe dilatar la muerte luego de
comprobar la inefectividad de los procedimientos utilizados?
Hace
muchos años en nuestro país los enfermos terminales morían en casa, cerca de
los seres queridos, con asesoría tanto médica como espiritual. El paciente
aceptaba su situación y no era libre para determinar las decisiones que juzgara
apropiadas y necesarias.
Hoy,
la tecnología médica salva muchas vidas, pero también, expone a los pacientes
terminales a tratamientos con frecuencia extensos, costosos y dolorosos, que en
muchas ocasiones son impuestos y sin la información adecuada sobre la
naturaleza y duración de las técnicas empleadas.
Según
estas circunstancias, existen mecanismos para las personas que padecen
enfermedades incurables; son alternativas que ofrecen la posibilidad de acabar,
o en su defecto, aminorar el sufrimiento. Tales opciones son la eutanasia o la
muerte digna. ¿Es justo oponerse? ¿Hasta qué punto podemos cuestionarlas?.
La
eutanasia es la acción médica, básicamente en forma de inyección letal, que
se le aplica a un enfermo para terminar con su vida; supone una solicitud
expresa y una aprobación total del paciente y el médico cuando la enfermedad
es terminal e irreversible.
Aspectos
legales y controversia.
Este
procedimiento ha sido aceptado en varios países desde 1994. En Colombia la
eutanasia en enfermos terminales fue aprobada en 1997. La sentencia despenalizó
la práctica en personas con enfermedades graves e incurables que le produjeran
grandes padecimientos físicos y emocionales y con la aprobación de un médico.
Esto
provocó en la sociedad distintas reacciones a escala general, suscitando polémica
en la posición de la iglesia católica. El padre Alfonso Llano Escobar afirma
que se esconde algo indigno e inhumano al disponer de la vida en su momento
final para no dejarla actuar plenamente: “Hay una intromisión en la esfera de
Dios, para quitarle la última carta y asumirla, como si fuera el hombre, no
Dios, el dueño absoluto de la muerte”.
Respecto
a la medicina las opiniones están divididas. Algunos médicos piensan que la
eutanasia es una oportunidad para acabar con el padecimiento y el sacrificio de
los enfermos terminales. Tal es el caso del Doctor Alfredo Lobo quien expresa:
“Un enfermo terminal está sometido a dolores intensos y agudos que sólo le
producen sufrimiento, si en nuestras manos está otorgarle al paciente una
salida que le permita dejar de sufrir, ¿por qué no hacerlo?.
Por
otro lado, existen galenos que rechazan ampliamente el uso de la eutanasia.
Javier Gutiérrez, médico cardiólogo afirma: “El juramento hipocrático nos
enseñó a respetar la vida. No soy partidario de esa práctica. Eutanasia es
asesinato, no es lo mismo dejar morir que hacer morir”.
Otra
alternativa.
Si
retomamos la frase utilizada por el médico “dejar morir”, hacemos
referencia necesariamente a la opción de muerte digna que consiste en la
abstención o interrupción de tratamientos artificiales externos cuando no hay
real esperanza de recuperación. Existe sólo intención de aliviar al paciente;
la muerte llega producida por la enfermedad inicial.
De
acuerdo con las circunstancias descritas anteriormente y como perspectiva de
apoyo social sin ánimo de lucro, en 1979 nació la fundación Pro Derecho a
Morir Dignamente (DMD) por iniciativa de Beatriz Kopp de Gómez, quien reunió
un grupo de amigos médicos y abogados interesados en el tema. Hoy tiene un número
interdisciplinario de profesionales, quienes consideran que escoger la muerte
digna es una manera de ejercer un libre derecho.
DMD
tiene como objetivo primordial propiciar el respeto a la autonomía del paciente
terminal para que sea informado de su diagnóstico médico, con alternativas de
tratamientos e intervenciones útiles para disminuir el dolor y otros síntomas,
velando porque el fin de la vida
sea lo más digno posible.
La
fundación, ubicada en la localidad, actualmente cuenta con una cifra aproximada
de quince mil afiliados en toda Colombia. Es la única de esta índole en América
Latina. Sin embargo no es muy conocida. Está amparada por la ley, es fiel a las
normas de ética médica y cuenta con el apoyo de la Iglesia Católica,
documentos de la Santa Sede así lo confirman.
Eutanasia o morir dignamente, inyección letal o abstención, los colombianos contamos con alternativas para ejercer el libre derecho a decidir en qué condiciones queremos morir, haciendo uso de las plenas facultades humanas y actuando de acuerdo con nuestras convicciones. El reto consiste en saber analizar los puntos de vista y tomar el camino que consideremos más conveniente.
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