Este es ejercicio de académico de los alumnos de Tercer Semestre de Comunicación Social para la Paz |
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CONTRASTES DE COLOR (Por María Alejandra Linares) |
Calles pavimentadas,
edificaciones suntuosas, autos modernos estacionados y gente muy “play”
caminando en sus andenes... es el paisaje contemplado una mañana en el barrio
Ingemar en la localidad de Chapinero. Contradictoriamente cinco cuadras más
arriba del cerro que adorna al bello barrio el panorama es diferente.
Las calles empedradas, pequeñas construcciones
hechas en tejados de aluminio, otras en cartón, bolsas negras en la ventana
impidiendo la entrada al sol, y en sus andenes, a cambió de automóviles, están
estacionados la carreta del señor constructor, el carrito de verduras con
promociones de “si paga uno lleva dos”, y sus transeuntes, personas humildes
que intentan sobrevivir en medio de la miseria, la guerra y el desamparo.
Chapinero es una localidad de fuertes contrastes.
En un punto está reunida la población urbana con mayor tradición de la
capital, ambientado con un panorama diario de oportunidades, comodidades económicas
y mayor aceptación social. Sin embargo en otro punto se concentra una comunidad
con grandes índices de necesidades básicas insatisfechas, presentándose de
está forma una gama de estratos que escalan con facilidad del uno al seis.
Sectores como Centeras, San Isidro, Soreña y Villa
del Cerro son más refugios que barrios, porque, aunque la mayoría están
legalizados, no son el espejo de una administración preocupada por cubrir sus
intereses y optimizar el mejoramiento de la calidad de vida de cada uno de sus
habitantes. Pero la situación se complica aún más para los barrios no
legalizados como el Colorado que intenta, sin mayores recompensas, sobrevivir a
las graves condiciones infrahumanas en que se desenvuelve cotidianamente.
¿Desamparo o indiferencia?
Si se le pregunta a la gente por el conocimiento
que tiene sobre la ubicación y la problemática que abarca estos sectores, el
común denominador a la respuesta es el mismo: “No sé dónde queda pero dicen
que es peligroso ir allá porque matan, roban y hasta pueden violar al que no
conocen”; otros responden: “Esa zona es de invasión”. Esto deja ver cómo
las personas estigmatizan esta población atreviéndose a culparlos por la
delincuencia surgida en la zona y sus alrededores.
La indiferencia de las personas hacia esta población
es la consecuencia de la estigmatización de habitantes de otros sectores que, sin conocer la real situación, crean
imaginarios que afectan la
convivencia de la localidad.
El relato de
José Martín Olivares, un joven perteneciente a la asociación comunal del
barrio Villa del Cerro deja entrevisto como los imaginarios de la sociedad de un
sector juzga a
otra produciéndoles un daño
incalculable: “En la época de
Navidad se presentaron varios casos de violencia que indisponían a los del Chicó
y los mantenía en alerta ante cada hecho. Los
casos eran atracos, robos a mano armada y violaciones a altas horas de la
noche y la zona se volvió insegura. Un día subió la policía a unos muchachos
que vivían allí, acusándolos de ser responsables
de lo que ocurría, porque según los oficiales les venían siguiendo la pista.
El caso se quedó así y luego de investigaciones se informó que los culpables no eran ellos
sino otros jóvenes, de un barrio más modesto, que ocupaban su tiempo libre en
estos actos”
Varios de sus habitantes son sometidos a juicios
intuitivos, sin querer decir que
muchos de ellos no sean verdaderos, pues debido a factores como la ubicación,
la cultura o la necesidad se frecuenta este tipo de actos. De hecho cifras
reveladas por la policía los casos denunciados de delincuencia común provienen
de esa zona.
¿Hasta qué
punto se está siendo víctima de la indiferencia frente a problemas como este
que afectan la convivencia de la localidad?. Es verdad, algunos habitantes de
estos barrios son víctimas de la violencia y han tenido que huir de sus tierras
en muchos casos para no morir; de hecho las cifras frente a este hecho han
aumentado en un 20%. Pero no significa que toda su población se dedique a la
delincuencia. Muchos habitantes luchan por sobrevivir, madrugando diariamente y
caminando desde el cerro hasta la ciudad para vender dulces o embolar zapatos en
la calle.
La máxima
indiferencia es la del estado, quien realmente tiene como deber público
preocuparse porque en su agenda de gobierno estén incluidas soluciones para
cambiar la situación actual de estas poblaciones marginales.
Está población
denominada como zona de invasores no es más que gente sufriendo gracias
a la indiferencia social y al rechazo que se ha marcado debido a falsos
imaginario. No siempre es bueno quedarse como simples espectadores que lo único
que hacen son estigmatizar y no dejar ver un poco más allá de lo que es la
verdadera realidad.
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