Este es ejercicio de académico de los alumnos de Tercer Semestre de Comunicación Social para la Paz

 



COMUNICACIÓN Y PENSAMIENTO

(Por Róbinson Arí Cárdenas S.)

Por su rol de vigía, desde la "altura" de los medios -como red supraindividual-, el comunicador está llamado a cultivar una visión de totalidad del rumbo histórico de la humanidad y, en ese contexto, de la nación. Su voz, su imagen y su palabra envían siempre mensajes que, directa o indirectamente, influyen en la construcción  de comprensión  y de valoración de los receptores. Por ello, el comunicador opera, consciente o inconscientemente, como educador.

Si hoy se impone activar la construcción de una ética liberadora de alcance masivo, que fomente el pensamiento  incluyente y eche las bases de la ética  planetaria, el comunicador deberá hacerse consciente del poder de su saber y del poder de su palabra, que resultan de mayor impacto extensivo que el de quienes ejercen como profesionales de la educación formal.

Por esa razón, las facultades de Comunicación Social no solamente deben introducir la  ética profesional del comunicador, sino capacitarlo como crítico de la moral vigente, competente, además, para intervenir, con filósofos y éticos, en el diálogo abierto y público que requiere el acuerdo  sobre los mínimos morales para la supervivencia y para alcanzar la tan anhelada paz,  sobre la que hemos venido haciendo especial hincapié en los últimos años.

Esta tarea convierte al comunicador (especialmente a nuestro comunicador tomasino) en un pedagogo de convivencia. Su función es siempre actuar como mediador o productor de mensajes, que, de alguna manera, están persuadiendo  a quienes leen, escuchan o ven las imágenes de los medios. Toda información, por la función apelativa de los signos y los lenguajes, puede vehicular imaginarios de resignación, de conformismo, de rebelión o de justificación bélica como la  hicieron los medios de la super-coalición que pretendió "liberar"  a Iraq. 

Los comunicadores utilizamos el instrumento de mayor  impacto   movilizador -por su cubrimiento, por la eficacia de sus recursos, por su poder reiterativo-, capaz de aglutinar, dividir, convocar, dispersar las voluntades individuales y las opciones colectivas.

El comunicador podrá hablar o no de paz; hacer campañas en ese sentido. Pero su papel no es tanto el discurso sobre la paz, sino el uso crítico  de los medios y el esfuerzo valorativo para que sus mensajes deportivos, económicos, culturales, políticos o religiosos no se conviertan  en formas indirectas  de promover la agresión o la beligerancia.

Por eso, la intención de nuestro periódico es servir como plataforma informativa y espacio para la construcción de la convivencia partiendo de un análisis critico de sus formas cotidianas, haciendo énfasis en los valores de coexistencia necesarios para realización de una paz, que obviamente, no podrá consistir sino en la práctica del diálogo, el acuerdo y el pacto constructivo.

Porque la paz es tanto la condición  como el producto de los demás valores  de convivencia (orden, seguridad, solidaridad, justicia , bien común), es preciso que los nuevos comunicadores se hagan conscientes de que su vocación es la de mensajeros o nuncios directos o indirectos de toda posibilidad de diálogo o acuerdo. En este sentido, el "irenismo" o lucha por la paz supone en el comunicador una actitud y un pensamiento  incluyentes, dispuesto a no satanizar, abierto a las diferencias. Vocación ecuménica y pluralista  es la suya. Ya sabemos cómo en Colombia abundan los comunicadores atrincherados  en posiciones antagónicas, expertos en "disparar" mensajes de agresión. Es posible que nuestras guerras actuales, tanto internas como externas, hayan sido por años atizadas por  comunicadores maniqueos, afincados en uno u otro interés excluyente, especializados en marcar o rechazar al otro en nombre de la justicia,  la libertad  o  la democracia.

Ese tipo de comunicador maniqueo ( que divide el mundo en buenos y malos, que opone, separa y excluye) suele también  convertirse en juez para calificar o decidir sobre arte, para decidir sobre política, para decidir sobre filosofía, para decidir sobre religión, para decidir sobre el proyecto de vida colectivo, para decidir sobre los rumbos que hay que tomar  en un momento dado en una determinada coyuntura. Precisamente el maniqueo es el que no puede arrogarse la función de juez, pues a éste se le exige atender las exigencias de las partes en conflicto. Precisamente, la función judicativa supone estar por encima de cuanto divide, separa o excluye. La imparcialidad es su característica. Lo cual no significa indiferencia o neutralidad al asumir una indispensable actitud crítica: todo no vale lo mismo. Su símbolo no es la dama de ojos vendados con balanza y espada, sino el más antiguo símbolo de la dama de ojos abiertos, capaz de distinguir entre lo justo y lo injusto.


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