Este es ejercicio de académico de los alumnos de Tercer Semestre de Comunicación Social para la Paz

 



EL RASTRO DEL IMPERIO

(Por Carolina Cobo)

Para la gente que transita por los alrededores del Parque Nacional, desplazándose hacia la carrera 13, le es imposible no dirigir su mirada sobre una mole de concreto que durante 35 años fue la sede de la Embajada Estadounidense.

 Después de varios infructuosos intentos, nuevamente me dirijo a la entrada de la referida edificación.

 -    ¡Buenos días, señor portero!, ¿me recuerda?, soy Carolina, estudiante de comunicación social; será que hoy si me puede atender el jefe de seguridad?, para que, como le dije en anteriores oportunidades, me permita visitar las instalaciones del famoso búnker en donde durante varias décadas funcionó la Embajada de los Estados Unidos de América.

 -    Él no se encuentra. Si quiere espérelo por favor.

 Sobre la carrera trece hay una especie de jaula, con una cantidad de sillas en donde las personas esperaban a ser atendidas para el trámite de su visa.

 - Siéntese que cuando él llegue o la pueda atender se le informará.

 Al hacer lo sugerido me doy cuenta, seguramente por jornadas anteriores, lo cansada que estoy. Me ensimismo con los alrededores y el tráfico denso de la carrera trece, y empiezo a sentir que el sueño me domina.

 -    ¡Buenos días!, me dice una voz, volteo a mirar y se trata de un hombre joven, fornido, de tez blanca, ojos azules, de considerable estatura, vestido de blanco y kepis.

-    ¿En qué le puedo servir?

-    ¡Buenos días señor, busco que ustedes me permitan visitar el lugar

-    ¿De dónde es usted?

-    Soy de Cali, ¿por qué la pregunta?

-    Olvídelo, sígame please.

Nos trasladamos a la portería y atravesamos la primera reja de barrotes construida, no en tubo como es normal, sino en acero. Me explica que los agujeros que hay en la calle sirven para que en caso de necesidad, salgan unos cilindros de acero de gran diámetro que impiden el ingreso de cualquier vehículo sospechoso. Pasamos la segunda portería y entramos al edificio de cinco pisos y dos sótanos; sus muros son gruesos y de concreto puro, sus puertas son de seguridad e igualmente de metal acerado, son instalaciones llenas de corredores y laberintos en donde los espacios son reducidos y abundan las oficinas pequeñas. No existen las ventanas, pues el sistema  de luz y de aire son artificiales. En el primer sótano existe una rampla de acceso para el carro del embajador. Observo que existe en uno de los extremos del lugar un pasadizo larguísimo con un sin número de cuartos pequeños que en vez de puertas tienen rejas.

Para ingresar al laberinto de cada uno de los pisos primero hay que pasar varias puertas blindadas que no tienen sino la posibilidad de abrirse por un sólo lado. Rejas automáticas que aislarían el lugar impidíendo cualquier paso y manchas cafés alrededor de unos tubos, son los detalles que noto en los lugares donde hay aberturas hacia el exterior. Se me indica que allí se tiene la posibilidad, en caso de emergencia, una vez sellado el lugar, de soltar líquidos tóxicos para quien pretenda entrar.

El hombre me lleva al quinto piso, entramos después de pasar por los mismos laberintos, puertas y pasadizos, accedimos a unas oficinas en donde hay una cantidad de equipos electrónicos, una actividad muy densa y personas sumamente ocupadas, hablando en otro idioma cosas que no logro entender. El señor me dice: “este es el centro de nuestra actividad, y desde aquí, nos comunicamos con nuestra querida patria, los Estados Unidos de América y todos los demás países del mundo”.

-    Señorita, señorita, me dice alguien tocándome un hombro. Me sorprendo y abro los ojos.

-    Soy el jefe de seguridad del Ministerio del Medio Ambiente, me han dicho que usted me busca,  ¿en qué le puedo servir?

-    Que pena señor, creo que me quedé dormida, desearía saber si usted me permite conocer el lugar.

-    Con mucho gusto, aunque es poco lo que yo le puedo decir. Este lugar se construyó en el año de 1962, pero yo llegue aquí junto con esta institución en el año de 1997, casi un año después de, que por razones de seguridad, la Embajada Estadounidense se trasladará a la avenida El Dorado con carrera 50. Observe esos huecos que hay a los costados, fueron atentados con rockets, dicen que los autores eran narcotraficantes, uno fue disparado desde el parque Nacional y otro desde un lugar bastante cercano. Las instalaciones han sido modificadas  sustancialmente, se han abierto ventanas, las puertas de seguridad han sido quitadas en su mayoría al igual que el sistema de aire purificado y el de luz artificial; observe el primer sótano en donde parqueaba el carro el embajador, ahora existe maquinaria y bombas de agua.

Con sorpresa noto que en el pasadizo de los pequeños cuartos ya no hay rejas sino puertas. Al trasladarnos por los diferentes pisos se han abierto boquetes para ventanas, de los tubos para sustancias sólo quedan las manchas en las paredes de los líquidos que eran expulsados, la luz que entra es natural.

- Aquí lo único que no se ha reformado es el quinto piso, en donde según cuentan, tenían sus secretos y el sistema de comunicaciones. A propósito en ese piso trabajaba un marinero joven que se suicido por una decepción amorosa con una niña colombiana de la ciudad de Cali. Algunos trabajadores como los encargados del aseo del edificio, y otros del Ministerio del Medio Ambiente, afirman que lo han visto. Vaya al quinto piso y pregunte por Rodríguez, él le dará su versión.

Ya en el piso indicado hablé con el funcionario, quien sin ningún aspaviento me narró que en el mes de diciembre del año 1998, siendo las dos de la tarde, él elaboraba un muñeco para el pesebre y necesitaba que el pegante se secará, así que lo subió al techo del edificio por una claraboya y bajó a terminar otros trabajos. Después de un rato subió y vio un marinero de tez blanca, ojos azules, alto, robusto, vestido impecablemente de blanco y kepis. El sujeto, según Rodríguez, de un momento a otro atravesó la pared. Además, dijo que otros empleados lo han visto en éste y otros lugares, y que han percibido situaciones inexplicables, que abren y cierran puertas, el paso de hojas de libros, teclas de computadoras que se oprimen solas e incluso a una de las trabajadoras estando en el baño le jalaron el cabello.

Regreso a buscar a mi anfitrión. Ya en la salida me despido de él agradeciéndole su colaboración, llevando conmigo la impresión de lo que en alguna ocasión fuera el Búnker con el más sofisticado sistema de seguridad en el país, gala y orgullo en este territorio de uno de los países más avanzados económica y tecnológicamente.

Sobre la carrera trece camino confundida, no sin antes voltear a mirar al piso, en donde posiblemente me están sonriendo.


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